El día 22 de julio, fiesta de Santa Magdalena, las delegadas de LEP y de España cenamos en la comunidad de Alza, que está en el norte de España y muy cerca de San Sebastián. Allí conocimos a 3 de nuestros miembros de CJ. El tiempo que pasamos juntas no tiene precio o fue maravilloso y el poder compartir con ellas un trozo de tortilla española nos hizo profundizar en la riqueza de la internacionalidad así como en el sabor de la interculturalidad.
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Fue una oportunidad para conocer su realidad, que es un testimonio de compromiso con nuestros hermanos y hermanas más vulnerables. Escuchamos el trabajo con los presos y cómo el compromiso fiel de nuestras hermanas no termina una vez que las personas salen de la cárcel, sino que su acompañamiento espiritual y humano continúa durante muchos años.
También nos conmovió profundamente la serenidad con la que otra hermana se compromete a atender a los niños de familias desestructuradas y cómo este servicio, 40 años después de su fundación, es un pilar para los servicios a la infancia de los familias desetructeradas en la región.
Por otra parte, el acompañamiento de los migrantes y refugiados en su vida cotidiana, especialmente durante la pandemia, está en el corazón de las hermanas de aquí y de San Sebastián, que ofrecen su tiempo y sus habilidades para hacer más acogedor y amigable el proceso de integración de nuestros hermanos y hermanas, a pesar de las barreras lingüísticas y culturales, por no hablar del trauma y el miedo a ser devueltos a sus países de origen.
Estar en contacto con la realidad de aquí, con una comunidad muy viva, y verla más allá de la hoja informativa escrita que leí la semana pasada desde la Provincia, ha marcado una diferencia en mi corazón y en mi comprensión y ha confirmado en mí una vez más tanto la invitación del Papa Francisco a ser personas de encuentro como el ejemplo de Mary Ward que se quedó entre la gente, la escuchó, caminó con ella y la acompañó en su vida cotidiana.
Adina Balan CJ en nombre de los delegados del LEP y de España